En estas semanas se ha avivado la controversia (con la polarización consecuente) en los medios de comunicación, en las RRSS, y en las instituciones psicoanalíticas, sobre las secuelas guardadas en las memorias de ese tiempo aciago y en las posiciones actuales frente al valor de la democracia. Me he sentido conmovido por los recuerdos, las emociones contradictorias, por los dolores y esperanzas, por las remembranzas de una juventud llena de ideales… He acompañado atentamente, y los celebro, los intentos –encabezados por APSAN (y Pancho Vásquez)– de las principales instituciones psicoanalíticas de Santiago de reflexionar sobre los 50 años del golpe militar. Para mi generación, especialmente para aquellos que fuimos actores (secundarios, por cierto) del movimiento popular que significó la UP, el golpe significó muerte, desaparición y torturas para muchos y exilio para no pocos. Somos una generación traumatizada; una y otra vez se activan en nosotros recuerdos dolorosos y angustias. Escuché los informes de los distintos grupos que presentaron en la reunión organizada por APSAN. Algo me inquietó al escucharlos. Muchas (no todas) me parecieron palabras vacías, sacadas de la jerga psicoanalítica corriente, pero que no acertaban a calzar con mi experiencia del golpe y de lo que vino después (en especial esto último). Quienes nos quedamos acá en el país y optamos por no exiliarnos (aún cuando, en mi caso, recibí ofertas, hasta ruegos, de que lo hiciera), vivimos por años lo que algunos llaman ahora el “insilio”, aludiendo con ello a la experiencia por la que atravesamos quienes elegimos quedarnos acá. La vivencia general compartida es que para sobrevivir tuvimos que echar mano de todas nuestras habilidades y contactos; tuvimos que someternos y aceptar la “derrota estratégica” (así la llamaron los intelectuales del Mapu). Yo tuve suerte y también astucia. Muchos me protegieron. Mi familia, en primer lugar, y después académicos de la Facultad de Medicina, que me permitieron empezar mi formación psiquiátrica (en el Hospital Psiquiátrico, en el grupo dirigido por Mario Gomberoff, muchos compartimos la experiencia del “exilio interno”). Todo ese tiempo también nos sostuvimos mutuamente con muchas compañeras y compañeros. Mi estirpe generacional salió de grupos católicos progresistas, del llamado “cristianismo social”, y ellos formaron el núcleo del Comité por la Paz, primero, de la Vicaría de la Solidaridad después. Así, de una militancia en un partido marxista, volví a militar en una “comunidad de profesionales cristianos” que, de alguna manera, se reúne hasta el día de hoy (pero esa es otra historia).
Estos días se me ha hecho clara la razón de mi malestar al escuchar a los colegas hablando del golpe y del porqué lo que dicen no calza con lo que yo diría de aquello. Yo quería formarme como analista. Estuve un año en análisis con una analista judía que había sido rescatada por una familia alemana del Holocausto (eso lo supe muchos años después, por parte de la familia alemana de mi mujer; también me enteré de que su marido había sido empleado por primera vez en Chile por un tío, casado con una tía abuela mía, que era totalmente alemán); con ella me sentí bien y protegido (a pesar de que, siendo kleiniana estricta, nunca me dijo nada al respecto). Los primeros años después del golpe, y a pesar de que había sido “cortado” por mi partido de izquierda (estaba “pringado” después de haber estado preso), colaboré con las redes para asilar a compañeros y compañeras perseguidos, también escondí a algunos. El primer año de análisis temía que los servicios secretos me siguieran y así comprometer a mi analista (claro que, en esa época, cuando alguien decía, en círculos de la elite, que tenía miedo, era frecuente oír: “Por favor, no te hagas el interesante, el que nada hace nada teme”. Vivían en las nubes…). Pero yo quería ser psicoanalista, fui aceptado en la APCh y tuve que cambiar de analista. La nueva analista, a quien llegué a tomarle mucho cariño y que me ayudó mucho, era de derecha y estaba muy de acuerdo con el golpe (años después, siendo yo presidente de la APCh y ella directora del Instituto, lo hablamos). A estas alturas, hay mucha documentación que prueba que toda la directiva de la APCh estuvo muy aliviada con el golpe. El trato que se le dio al caso de Gabriel Castillo lo muestra. Una compañera de generación de formación (algo mayor), a quien estimo (era hermana mayor de uno de los miembros de mi patrulla scout cuando yo era adolescente; posteriormente éste llegó a ser senador de RN), formó parte de la comisión política del partido Nacional el año antes del golpe y el que le siguió. Ese partido llamó públicamente a los militares a desalojar al presidente elegido democráticamente. Mi analista era quizás la persona más influyente de la APCh, y lo siguió siendo por muchos años (cuando no había nadie que quisiera ser presidente, ella me pidió que lo fuera, yo acepté con una condición, que ella fuera directora del instituto y que me nombraran analista didacta. No quería ser presidente y, sin embargo, estar excluido del grupo de poder. Me confesó que “otras” la habían acusado de tener problemas contratransferenciales conmigo). Con la ventaja que da la mirada retrospectiva, después de 50 años, me es claro que la formación en una APCh de derecha (y, podríamos decir, golpista), me obligó a someterme, lo que produjo en mí una disociación entre el analista obediente a las “normas institucionales” y el ciudadano comprometido políticamente con la oposición al régimen dictatorial. Fue tal mi adhesión a la institución, que llegué a ser presidente de la APCh por dos períodos consecutivos y presidente de Fepal, siempre con incomodidad, eso sí. Ahora creo que me identifiqué con el agresor, con el victimario, de una manera tal que llegué a ser reconocido en el extranjero como “uno de ellos” (creo que eso era la incomodidad). Lo que me salvó fue mi estadía en Alemania y mis constantes viajes fuera del país donde conversé con muchos analistas y vi realidades distintas. Creo que me salvó la IPA, finalmente. Acá, la IPA era representada por lo que, Ruth Riesenberg, desde Londres le contaba a Ximena Artaza; todos decían “eso lo dice la IPA”. Me di cuenta de que eso era totalmente falso y sesgado, la imagen que se proyectaba era la del análisis kleiniano más estricto (el de aquella época, también eso ha cambiado algo), que considera que lo único válido en psicoanálisis, es el análisis de la realidad interna (de las pulsiones y sus representantes) desplegada en la transferencia; la realidad externa, la sociopolítica, no existe, no es relevante para nada (todas las interpretaciones en mi análisis giraron en torno a mis necesidades narcisistas, a mi afán de destacarme, lo que, por cierto, era parte de la verdad, pero que me tuvo deprimido varios años…).
Finalmente… El tema que creo no hemos hablado es el del impacto en la situación analítica de una realidad sociopolítica extremadamente polarizada (el dictador mantenía la polarización de manera brillante. ¿Recuerdan una de sus frases célebres?: "Yo no conozco eso de los derechos humanos. ¿Qué es eso?"). Al respecto, mi amigo e interlocutor psicoanalítico permanente desde los años 80, Ricardo Bernardi, me escribe al respecto: “El plan Cóndor no fue solo para Chile porque era la limpieza de la periferia en l
a Guerra Fría, pero ciertamente tuvo características distintas en los diferentes países y también en las distintas sociedades psicoanalíticas. Lo que escribiste me hace pensar y me lleva a tomar conciencia de que es sorprendente que nunca se haya tratado el tema pese a lo mucho que se escribió sobre la dictadura en el cono Sur. Y tu trabajo [se refiere a mi escrito “Trauma político y la persona del analista” que aparecerá en la revista de APSAN] lleva a preguntarse por tu análisis con alguien que estaba a favor de la dictadura y sobre el mío con alguien que tenía un hijo preso en condiciones muy duras. Escribir sobre estos temas está entre las memorias y el testimonio histórico y el riesgo es que se vuelva inabarcable. Pero sigo impresionado por la diferencia entre las dos sociedades psicoanalíticas, de tu país y del mío.”
Dr. Juan Pablo Jiménez
Psiquiatra, Psicoanalista APSAN-IPA
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